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El Sitio de Cuautla de 1812
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   El pequeño poblado de Cuautla se encontraba tranquilo... hasta que aquel 9 de febrero de 1812, comenzó a sonar la campana del convento de San Diego.

   Tras su victoria en Tenancingo, el cura José María Morelos y Pavón, en lugar de marchar rumbo a Toluca, había decidido regresar al sur, donde era querido y respetado. Algunos vieron en esa decisión una señal de alarma. Algo estaba por ocurrir. Las familias de Cuautla salieron de sus casas y vieron en el horizonte la cercanía de las tropas del cura. Traían con ellos entre catorce y quince cañones.

    En los siguientes días, el cura Morelos dio órdenes para establecer guardias en todos los puntos de acceso a Cuautla. La pólvora y los cañones fueron distribuidos en calles estratégicas. Varias trincheras comenzaron a construirse para evitar la entrada del enemigo. El convento de San Diego, la iglesia de Santo Domingo y la hacienda de Buenavista, la más grande de todo Cuautla, comenzaron a ser custodiados. El pueblo comenzó a transformarse en un escenario preparado para la guerra.

    Tras la muerte de don Miguel Hidalgo y Costilla y de muchos de los cabecillas que estuvieron durante el grito de Dolores aquel inolvidable 16 de septiembre de 1810, José María Morelos y Pavón se convirtió en el insurgente más peligroso para las autoridades españolas. Fue por ello que el virrey Francisco Javier Venegas, envió a su más poderoso ejército a enfrentarlo. Al mando de Félix María Calleja, el ejército del centro era ya famoso, pues había causado las más dolorosas derrotas a Miguel Hidalgo e Ignacio Allende.

    Para el 18 de febrero las primeras tropas realistas comenzaron a aparecer en el horizonte de Cuautla. Un día después, el 19 de febrero de 1812, el tronido de un cañón que rompió con su proyectil algunas paredes e hizo un hoyo en la tierra desencadenó las hostilidades. La guerra, en su máxima expresión, había empezado.

    Las tropas de Calleja intentaron entrar por el norte de la ciudad. Estaban seguros de su victoria. Tan cierta era para Calleja, la derrota de Morelos, que llegó con su esposa en un carruaje, se bajó para dirigir a sus soldados tras prometerle a su mujer que la vería en la casa de gobierno para el desayuno.

    Sin embargo, varias horas más tarde, la derrota de los españoles era ya una posibilidad. Las tropas insurgentes habían luchado con inteligencia y valor. Por todos los puntos en que los realistas intentaban pasar se encontraban con un héroe que lograba rechazarlos. Eran alrededor de cuatro mil soldados contra sólo unos cientos de insurgentes, más los pobladores sin preparación militar de Cuautla, pero que se pusieron el fusil en el hombro para luchar aquel 19 de febrero. A partir de ese momento, una nueva etapa de la batalla comenzó. Calleja, muy enojado por la derrota, ordenó rodear Cuautla. No había forma de entrar o salir de ella. En los siguientes días, el ejército realista intentó cortar la entrada de agua al poblado. La comida, lo sabía Calleja, empezaría a agotarse en cuestión de días. Si la victoria no había sido suya en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, lo sería por la huida.

    Apenas hubo tiempo para enterrar a las decenas de personas que cayeron en la batalla. Desde luego, se inició la reparación de los puntos de defensa y se aumentó la vigilancia en todos los senderos. Se crearon, además, nuevos batallones. Uno de ellos era capitaneado por Juan Nepomuceno Almonte, hijo de Morelos, que apenas tenía doce años. Junto a él, más de veinte niños de la misma edad formaron la Compañía de los Emulantes.

   En los primeros días de marzo, se escuchaban a la distancia algunos cañonazos cuyas balas caían en algún lugar del pueblo sin causar grandes daños. Pero las tropas españolas no se acercaban. Los insurgentes esperaban, y para no mostrar temor alguno se hacían escuchar en las noches con sus cánticos que entonces se conocían como “remas”.

    A partir del 10 de marzo, los cañones enemigos y los insurgentes se encendieron constantemente. Gran parte de la población, por órdenes del propio Morelos, se refugió durante días en la iglesia de Santo Domingo. Afuera de ella, Cuautla comenzaba a arder. Sin embargo, nada parecía terminar con la defensa.

   En diversas ocasiones los realistas intentaron cortar la entrada de agua, pero Galeana, con gran valor y eficacia, lograba recuperar el reducto. De cualquier manera, en varias casas comenzaron a cavar sus propios pozos. Sólo eso ayudó a alargar la defensa.

    Para principios de abril sólo quedaban en el pueblo algunas reservas de maíz y frijol. No había forma de salir por comida y las posibilidades de que tropas insurgentes del exterior entraran disminuían. Pero aun así, la rendición no era siquiera una opción para los insurgentes.

    La desesperación de Calleja crecía. Las altas temperaturas dificultaban todavía más las operaciones del ejército realista. Cuando los víveres escasearon casi por completo, gran parte de la población se lanzó a la caza de cualquier animal que pasara por las calles. Lagartijas y pájaros fueron los primeros en caer. Algunos caballos también fueron sacrificados.   

   El 27 de abril, los auxilios del exterior no pudieron traspasar la línea de los españoles. A pesar de que Morelos había mandado fundir las campanas de las iglesias para hacer balas con ellas y dispararlas desde el interior para apoyar el ataque de Matamoros y Bravo, no tuvo el éxito esperado. Era aterrador recorrer Cuautla en aquellos momentos: casas destruidas, gente que buscaba en las grietas y entre los escombros alguna vida que salvar o el movimiento de una lagartija que comer. Por las heridas o por el hambre, la gente moría en las calles. Sólo había dos opciones: la rendición o la batalla.   Fue entonces cuando Morelos ordenó los preparativos para romper el sitio. Todo el pueblo se dispuso para salir. La empresa no sería sencilla, pues era preciso sorprender a los realistas y luchar contra ellos. No había más remedio. Así, en la noche del 1º de mayo de 1812 comenzó la salida.

    Cuando Calleja se enteró de que los insurgentes y gran parte del pueblo lograron abrirse camino, su coraje fue muy grande. Habían pasado setenta y dos días de sitio en una batalla que él pensaba acabaría en horas. Y había sido, una vez más, derrotado. De inmediato mandó que Cuautla fuera quemada, pero tal orden la canceló el virrey. El sitio de Cuautla había terminado.

El Sitio de Cuautla (Fragmentos) / Tapia Celis, Mario / Nueva Biblioteca del niño mexicano / Ed. Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México - (INEHRM), 2009.

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